LA PUERTA DE LA FE Por: Judith Tello



La puerta de la fe es una Carta Apostólica de S.S. Benedicto XVI con la que se convoca El Año de la Fe. Esta puerta que nos introduce en la vida de comunión con Dios y permite  la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros.


Para cruzar esta puerta tenemos que ir por un camino que dura toda la vida, desde el  bautismo hasta el paso de la muerte a la vida eterna.
Debemos descubrir el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia y con el Pan de la vida ofrecido como sustento. Realizar las obras de Dios creyendo en el que Él ha enviado, Jesucristo, que es el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

Asimismo, el  Santo Padre ha convocado a la Asamblea General del Sínodo de los Obispos sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Esta será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. Por ello, a partir del 11 de octubre de este año se celebrará un Año de la Fe que coincide con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II. Esta puede ser una buena ocasión para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como excelentes textos normativos del Magisterio de la Iglesia.

El Año de la Fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados.

Gracias a la fe, esta vida nueva basa toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. Si el hombre tiene disponibilidad libre, buenos pensamientos y afectos, así como buen comportamiento, se purifica y transforma lentamente. La “fe que actúa por el amor” se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda su vida.

Es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, Él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra.
La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. 

La fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un crecimiento continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.

Se espera que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble, pues la fe se demuestra mediante las obras.

Sra. Judith Tello

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