El arduo esfuerzo por la Paz

Hemos celebrado este 21 de septiembre el día internacional de la paz, promovido por la Organización de las Naciones Unidas. Es un llamado a la humanidad a reconocer que el progreso auténtico de los pueblos se consigue en los tiempos de solidaridad y fraternidad entre las personas y las naciones.

El concepto de la paz nos habla de un estado de tranquilidad y sosiego; para los estados, paz es no estar en guerra. El concepto romano de la paz (pax) es: ausencia de guerra. Pero no es suficiente la ausencia de conflicto bélico para definir el concepto de paz.

La paz auténtica a la que hay que tender se opone no solo a la guerra sino a otras formas de violencia como la discriminación, la opresión, la pobreza forzada, la explotación que impida el desarrollo digno de las personas. La paz así entendida es un fenómeno amplio y complejo y uno de los valores máximos de la existencia; se puede ver su ausencia o existencia en cada parte de la sociedad. El día internacional de la paz es el día de la lucha por impulsar esta concepción que implica justicia social, realización personal y comprensión. El día internacional de la paz es el día de la educación para la paz; educación en el hogar, en la escuela, en los medios de comunicación, en la acción; educación en los valores y en el compromiso de vivirlos.

Los medios de comunicación nos invitaron a manifestarlo con signos, que nos ayudaron a difundir pensamientos, sentimientos, gestos, lenguaje de paz, como nuestros obispos de México nos han exhortado a vivir (Cfr. Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga vida digna, ns. 199-203). Es verdad que muchos pensamos que ciertos signos para qué sirven, los signos son un principio, que va introduciendo en el pensamiento y el corazón, los sentimientos y razonamientos que nos llevarán a actuar. Un error sería pensar que solo los signos bastarían para cambiarán las cosas. Pero ¿qué pasa en mi interior cuando ni los signos me importan? ¿realmente me interesará trabajar por lo que ni en signos quiero manifestar?. Pero aunque no nos hayamos puesto una camisa blanca, ojalá que en nuestra mente dejemos que haya un lugar donde la paz sea bien recibida.

Reflexionando en los diversos tiempos de violencia que ha pasado nuestro país, podemos imaginar en cómo las personas que les tocó estar en medio de la violencia pensaron en su resolución, seguramente les pareció muy lejana o imposible la consecución de la paz, pero ella llegó. Ha habido muchos hombres y mujeres que han trabajado por la paz, que hasta su vida han ofrendado por ella, es tiempo de sumarnos a esta lista, desde nuestros propios espacios.

Los obispos de México en la Exhortación Pastoral “Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga vida digna”, afirman que el trabajo por la paz en nuestro país enfrenta una realidad compleja, que nos necesita a todos y nos plantea tres factores en los que urge intervenir: “En primer lugar, vivimos una crisis de legalidad. Los mexicanos no hemos sabido dar su importancia a las leyes en el ordenamiento de la convivencia social. Se ha extendido la actitud de considerar la ley no como norma para cumplirse sino para negociarse. Se exige el respeto de los propios derechos, pero se ignoran los propios deberes y los derechos de los demás. No tenemos, como pueblo, respeto de las leyes, del tipo que sean, ni interés por el funcionamiento correcto y transparente de las instituciones económicas y políticas. El signo más elocuente de esto es la corrupción generalizada que se vive en todos los ámbitos.

En segundo lugar, se ha debilitado el tejido social, se han relajado las normas sociales, así como las reglas no escritas de la convivencia que existen en la conciencia de cualquier colectividad bajo formas de control social que corrigen las conductas desviadas y mantienen a la sociedad unida y debidamente cohesionada. La fragmentación social, la frágil cohesión social, el individualismo y la apatía han introducido en distintos ambientes de la convivencia social la ausencia de normas, que tolera que cualquier persona haga lo que le venga en gana, con la certeza de que nadie dirá nada.

En tercer lugar, vivimos una crisis de moralidad. Cuando se debilita o relativiza la experiencia religiosa de un pueblo, se debilita su cultura y entran en crisis las instituciones de la sociedad con sus consecuencias en la fundamentación, vivencia y educación en los valores morales. Siendo un pueblo profundamente religioso y cristiano, se han debilitado en la vida ordinaria las grandes exigencias de la moral cristiana: desde el imperativo primordial «¡No matarás!», hasta el consejo evangélico que nos llama al amor extremo de entregar la vida por los demás. Cuando la falta de respeto a la integridad de las personas, la mentira y la corrupción campean, no podemos menos que pensar que hay una crisis de moralidad.” (Ibid. ns. 103-105).

De una manera clara, directa y valiente nos expresan los espacios para trabajar por la paz, para que no caigamos en la desilusión de haber puesto con entusiasmo signos de paz, sin ninguna respuesta. Los signos nos ayudan pero el trabajo es arduo. Vale la pena esforzarnos por nosotros y las nuevas generaciones desde lo que cada quien tiene a su alcance.

P. Apolinar Torres O.

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