Toda historia tiene un inicio y un fin, es grandiosa la manera como nos entusiasman los orígenes, pues siempre están cargados de grandes esperanzas. Como en este primer Domingo del Adviento, inicia un nuevo Año Litúrgico, nos abrimos a la esperanza de la segunda venida de Cristo y en la alegría de celebrar su nacimiento entre nosotros.
Hace ya casi 150 años, concretamente el 21 de febrero de 1864, fue erigida la Diócesis de León, por el Papa Pío IX de acuerdo a la bula “Gravissimum Sollicitudinis”.
El Domingo 21 de febrero de 1864, se ejecutó la erección canónica de la misma en el Templo Parroquial de San Sebastián, el cual desde entonces es llamado “Sagrario de la Catedral”. Correspondió al M. I. Sr. Cango. Prebendado de la Catedral de Morelia D. J. Guadalupe Romero actuar como delegado del Excelentísimo Señor Clemente de Jesús Murguía y Núñez, Primer Arzobispo de Morelia, a la cual pertenecía el territorio de la nueva Diócesis.
Para ejecutar la Bula Pontificia, se dispuso el acto canónico; “a las nueve de la mañana de ese domingo, con asistencia del Clero, las autoridades, y los fieles, se celebró una solemne misa. Al término del Evangelio, el Pbro. Agapito Ayala, secretario “ad hoc”, dio lectura a la Bula Pontificia y promulgó el Decreto de Erección...”
Cuando se fundó la Arquidiócesis, fue consagrada a la Madre Santísima de la Luz la cual ya era patrona de la ciudad desde 1732. Posteriormente, por haberse construido en su territorio el monumento a Cristo Rey, en el Cerro del Cubilete, también se puso bajo su patrocinio.
Hoy, con espíritu de gratitud y esperanza, queremos agradecer a Dios por estos 150 años de vida diocesana. Comenzamos a prepararnos para una gran celebración desde nuestra parroquia y en unión con todas las parroquias de la Diócesis.
A lo largo de estos domingos de diciembre iremos tomando conciencia de nuestro ser de Iglesia Diocesana, es decir, ser una porción del Pueblo de Dios confiado a nuestros Obispos, ya que no sólo es importante conocer nuestro origen, sino también, lo que ha sido nuestro caminar, pues lo grandioso de una vida es no sólo su inicio, sino su historia, como expresión de una historia viva de salvación en la que Dios se hace presente, nos acompaña y nos orienta hacia lo más grandioso de nuestra esperanza: la vida en Él.
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