SUBSIDIO
IV
EL
DISCÍPULO MISIONERO EN APARECIDA
ÍNDICE
1.-
INTRODUCCIÓN
2.-
EL TÉRMINO DISCÍPULO.
3.-
EL ENCUENTRO Y LA LLAMADA. (AP 129-153).
4.-
EL SEGUIMIENTO.
5.
LA COMUNIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
(DA 154-163).
6-
LA MISIÓN.
7.-
CONCLUSIONES.
EL
DISCÍPULO MISIONERO EN APARECIDA
1.-
INTRODUCCIÓN.
En el discurso inaugural
de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe el 13
de mayo del 2007, el Papa Benedicto XVI expresa
en el número 3, “Esta Conferencia
General tiene como tema Discípulos misioneros de Jesucristo para que nuestros
pueblos en él tengan vida (Jn 14,6)”, no es de extrañar que desde la
introducción el documento conclusivo
mencione la tarea de la Iglesia en relación al discipulado: “Con la luz del Señor resucitado y con la
fuerza del Espíritu Santo, Obispos de América nos reunimos en Aparecida,
Brasil, para celebrar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y
El Caribe. Lo hemos hecho como pastores que queremos seguir impulsando la
acción evangelizadora de la Iglesia, llamada a hacer de todos sus miembros
discípulos y misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros
pueblos tengan vida en Él.” (DA 1).
En nuestro itinerario
hacia el segundo Plan Diocesano de Pastoral, es obligado detenernos un poco a
reflexionar este tema tan importante en el Documento de Aparecida, cuyo
contenido va iluminando nuestro camino.
2.- EL TÉRMINO DISCÍPULO.
El término “discípulo” (en
griego mathetés) indica a quien se pone voluntariamente bajo la dirección de un
maestro (didaskalos) y comparte sus ideas: es un aprendiz, un estudiante.
En la versión AT de los
Setenta, el término casi no aparece, pues para Israel el único Maestro es
Yahvé, en cuyo nombre hablan los profetas. Sin embargo, la relación
maestro-discípulo había sido cultivada en los círculos de los sabios (Cf. Prov
2,1) y entre los profetas (Is 8,16). La experiencia de Elías y Eliseo son
símbolo de estas escuelas de profetas.
De alguna manera ambas
formas de discipulado pervivían en la época de Jesús: los rabinos aparecen con
discípulos (talmidím), a quienes instruyen en la Escritura y en las
tradiciones; se conoce además a los discípulos de los esenios y a los de Juan
Bautista que de algún modo continuarían las escuelas proféticas, centradas en
la adhesión a un profeta y al mensaje que transmite de parte de Dios. En el
mundo griego, de la misma manera, los filósofos estaban rodeados de sus
alumnos; dado que éstos a menudo adoptaban las enseñanzas características de
sus maestros, la palabra “discípulo” llegó a significar adherente a una
concepción particular en religión o filosofía.
Pero el sustantivo “discípulo” tiene
su centro de gravedad en el Nuevo Testamento y se refiere a las personas que
rodeaban a Jesús. Los evangelios toman este término de los usos lingüísticos
del judaísmo helenista, dándole un carácter totalmente nuevo, un sentido
diferente a partir de la relación personal con Jesús; ya no es sólo la acepción
de estudiante o aprendiz, propio del mundo helénico o rabínico.
Los discípulos de Jesús ya no buscan
aprender la Ley o un estilo de ascesis, como los discípulos de los rabinos o
del Bautista. Jesús actuaba con una autoridad desconocida hasta entonces y por
eso, el hecho de ser discípulo suyo pasó a significar una realidad muy distinta
a lo que el término indicaba anteriormente: la relación de fe con Jesús y de
identificación con él pasa a ser lo fundamental. Notamos entonces que el
“discípulo” del evangelio no corresponde al “alumno” de una escuela, porque ser
alumno es una relación temporal, centrada en el contenido del aprendizaje, una
etapa de paso hacia una meta mayor; mientras ser discípulo de Jesús, el único
Maestro, exige una relación vital con su persona, e iluminada por la alegría
“queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido
enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un
don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo.”
(DA 28).
3.
EL ENCUENTRO Y LA LLAMADA. (AP 129-153).
Jesús sale al encuentro de los que
serán sus discípulos, les pide un seguimiento.
El encuentro es tan importante, pues
se convertirá en materia de su predicación “La misión no se limita a un
programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento
del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de
comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch
1, 8).” (DA 145).
Jesús les pide dejar su oficio y
abandonar su propia familia (Cfr. Mc 1,16-20). La convivencia con Jesús ocupara
ahora el espacio familiar y las relaciones sociales. La comunidad de vida
significa que el discípulo comparte la suerte de Jesús hasta padecer lo mismo
que Él: “El que no toma su cruz y me
sigue no es digno de mí” (Mt 10,28).
“Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas:
hombres y mujeres, pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores…,
invitándolos a todos a su seguimiento.” (DA 147).
En la antigüedad los discípulos por
lo general escogen a su maestro, en cambio aquí el maestro escoge a sus
discípulos (Cfr. Jn 15,16). En tercer
lugar, no son llamados para purificarse, sino para vincularse íntimamente a su
persona (Cfr. Mc 1,17; 2,14). Es más, el discípulo tiene que correr “la misma
suerte” y se hacen cargo de la misión de hacer nuevas todas las cosas. Es una
vinculación con Él, como “amigo”, y “hermano” (Cfr. Jn 15,14). En consecuencia,
“Jesús los hace familiares suyos porque comparte la misma vida que viene del
Padre y les pide, como discípulos una unión íntima con El, obediencia a la
Palabra del Padre, para producir en abundancia frutos de amor” (DA 133). “En el proceso de formación de discípulos
misioneros, destacamos cinco aspectos fundamentales, que aparecen de diversa
manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran íntimamente y se
alimentan entre sí” (DA 278), el
encuentro desencadena, el proceso de la vida del hombre que escucha el llamado,
inicia un camino de conversión, decide pertenecerle a Jesús siendo su discípulo,
entra a ser su familiar y siendo testigo es enviado a llevar la Buena Nueva,
para que el Maestro tenga más discípulos.
4.-
EL SEGUIMIENTO.
El otro término clásico con relación
al discipulado es el verbo “seguir”; este verbo describe metafóricamente la
fidelidad del discípulo a la práctica del mensaje de Jesús. Seguir a Jesús
significa mantener la cercanía a él mediante un movimiento subordinado al suyo;
es decir, Jesús es quien va delante y
los discípulos son seguidores del mismo itinerario. Como adhesión
inicial, en los evangelios se expresa en términos de “acercarse a él” (Jn
6,35); como adhesión permanente, en cambio, se expresa en términos de
“seguimiento”.
En el Nuevo Testamento el término
“seguir” es usado técnicamente por los evangelistas para indicar a quienes, en
el movimiento de Jesús, se han ubicado en la dinámica del discipulado: han
recibido la llamada y han entrado en una especial relación con él, aceptándolo
como Maestro y guía. De este modo toma distancia del concepto griego y rabínico
de discipulado, que lo entiende sólo como un estado de aprendizaje. La
expresión es evidentemente muy importante; los primeros cristianos, tomando la
imagen rabínica del discípulo que sigue al maestro, le dieron un sentido y
perspectiva nuevos: el seguimiento designará en adelante la acción del creyente
que responde al llamamiento de Jesús, ajustando toda su existencia según los
valores y metas propuestos por él. En último término se trata de una vida
ubicada en obediencia a la voluntad del Padre, como la de Jesús.
“El discípulo es aquel que estando en la
multitud se encuentra con Jesucristo, lo descubre vivo y actuando, escucha de
Él que Dios lo ama, que lo quiere salvar, que le dice: SIGUEME. Le responde
afirmativamente y se compromete personalmente con Él, con su mensaje, con sus
valores y con su estilo de vida. Iniciando una conversión que marca un antes y
un después en su vida.
Así ser discípulo de Cristo:
a) Es configurarse con el maestro.
“Para configurarse con el maestro es necesario asumir la centralidad del
mandamiento del amor, que Él mismo quiso llamar suyo y nuevo: “ámense unos a
otros como yo los he amado” (Jn 15,12). (DA 138), este mandato ya cumplido será
sin duda el distintivo de los discípulos: “En esto conocerán que son discípulos
míos” (Jn 13,35). El Evangelio es para
“ser visto” alguien ha dicho.
b) Es vivir según el estilo de vida
de Jesucristo. Nadie puede seguir a Jesús si antes no ha aceptado su estilo de
vida, su integridad y desprendimiento: “Las zorras tienen sus madrigueras y los
pájaros sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza
(Lc 9,58). Se trata de un planteamiento
radical de la libertad absoluta, es de no estar atado a nada ni a nadie. El
mismo Jesús lleva una vida de fugitivo, sin patria, sin familia, sin casa, sin
todo lo que puede hacer confortable la vida; incluso los animales llevan una
existencia más segura. El estilo de vida
de Jesús implica pues vivir las bienaventuranzas, el amor y obediencia filial
al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres
y pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el
don de la vida” (DA139).
c) Es seguir su destino. “Identificarse con Jesucristo es también
compartir su destino: “Donde yo esté estará también el que me sirve” (Jn 12,26).
El cristiano corre la misma suerte del Señor, incluso hasta la cruz; “si alguno
quiere seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc
8,34; DA 14). El seguimiento de Jesús implica por una parte responder a la
llamada absolutamente abierta, incondicional, sin límites que nos asoma al
misterio más hondo de Jesús, porque en definitiva sólo Dios puede hacer una
llamada así, que no admite condiciones de ninguna clase y que queda abierta a
cualquier eventualidad y riesgo, también significa que esta llamada se pone en
relación con una tarea, la entrega al servicio del hombre, eso es lo que puede
significar “los haré pescadores de hombres” (Mt 4,19; Mc 1,17). El seguimiento de Jesús tiene como objetivo
el bien del hombre, para sanar, vivificar y liberar a todo el que lo necesita.
Por lo tanto implica no solamente una experiencia de relación e intimidad con
el Señor, un perfeccionamiento personal, sino además una tarea. Por lo tanto,
seguimiento de Jesús y misión son inseparables.
Finalmente la llamada de Jesús a su seguimiento marca un destino: El
mismo destino que asumió Jesús. El destino de Jesús es entonces luchar y
trabajar por el bien del hombre, su solidaridad con él, hasta la muerte. Seguir a Jesús es asumir este mismo destino
en la vida, con todas sus consecuencias.
5.
LA COMUNIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
(DA 154-163).
Detrás de las afirmaciones de Aparecida, están
varios presupuestos que se pueden ir enumerando.
Jesús cuando llama a sus discípulos
lo hace para que vivan en comunión: “lo que hemos visto y oído se lo anunciamos
también a ustedes para qué estén en comunión con nosotros, pues nosotros
estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (I Jn 1,3) y con el Espíritu (2 Cor 13,13).
La base fundamental de la vida de
comunión de Dios que es Trino.
La vocación comunitaria se realiza
en la Iglesia que es comunidad de amor y está llamada a reflejar el amor de
Dios que es comunión y así atraer a las personas hacia Cristo. Cada comunidad
cristiana esta llamada a descubrir e integrar los talentos muchas veces
escondidos y silenciosos que el Espíritu regala a los fieles.
Los lugares eclesiales para vivir la
comunión son la diócesis, la parroquia, las comunidades Eclesiales de Base y
las pequeñas comunidades.
Partiendo de aquí podríamos
reflexionar sobre algunos puntos, que consideramos básicos con respecto a la
comunión.
El hombre, es un ser para la
comunión.
La comunidad es el espacio humano y
cristiano en el que el hombre se libera del aislamiento y de la soledad, el
espacio en que presta ayuda y recibe ayuda, porque ofrece compañía, estímulo y
seguridad.
La dimensión comunitaria, dimensión
realmente constitutiva de la vocación cristiana, del discípulo de Jesucristo
tiene un sólido fundamento y punto de partida en la dimensión comunitaria de la
persona en cuanto tal. Ser persona en efecto es ser-en comunión y para la
comunión. Individualidad y exigencia de
comunidad son datos igualmente originarios para el hombre; ambos aspectos
quedan integrados en la noción de persona, que significa necesariamente ser-en
relación. Vivir en comunión es para el hombre, más que una comunidad externa
una exigencia profunda de la naturaleza humana en cuanto tal. Por lo tanto el
hombre es un ser abierto a la comunión, está hecho para la comunión con los
hombres.
La Iglesia en ese sentido tiene una
gran oportunidad: Cooperar con el mensaje de Jesucristo a rehacer el tejido
social ahí donde se ha perdido o está amenazado, por ejemplo en las grandes
urbes a donde llegan personas de distintos lugares. Ahí se puede ir haciendo la
comunión entre los hermanos.
Por lo tanto si vemos el seguimiento
de Jesús solamente desde el punto de vista de sus renuncias y su relación con
Jesús y aceptación de su destino, quedamos incompletos. Seguir a Jesús es todo
lo anterior, pero también, y al mismo tiempo vivir en una comunidad de
seguidores, que vivimos uno junto a otro el mismo proyecto evangélico.
Seguir a Jesús es una tarea exigente
y comprometida hasta el extremo, pero también es una llamada a la alegría del
que encuentra un tesoro incalculable (Mt 13,44) y del que vive un espacio
humano que colma sus aspiraciones (Hch 2,47).
Vivimos la comunión en la
Iglesia Aparecida tiene la convicción de
que la dimensión comunitaria del ser humano y el llamamiento de ser discípulo
de Jesucristo, se vive en la Iglesia: “La vocación al discipulado misionero es
con- vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión.
Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin
Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la
fe en Jesucristo nos llegó a través de
la comunidad eclesial y que ella nos da una familia, la familia universal de
Dios en la Iglesia católica. La fe nos
libera del aislamiento del “yo”, porque nos lleva a la comunión (DA 156).
La comunidad cristiana encuentra en
la Eucaristía la fuente y el culmen (LG 11), su expresión más perfecta y el
alimento de la vida en comunión. “En la Eucaristía se nutren las nuevas relaciones
evangélicas que surgen de ser hijos e hijas del Padre y hermanos y hermanas en
Cristo”. La Iglesia que la celebra es “casas y escuelas de comunión donde los
discípulos comparten la misma fe, esperanza y amor al servicio de la misión
evangelizadora” (DA 158).
6-
LA MISIÓN.
En el Cap. IV, que ya comentamos,
nos habla de la vocación de los discípulos a partir del número 143 y hasta el
153 nos hace una síntesis del llamado a la misión de los discípulos. 4.1. La vida trinitaria de Dios: fuente de la
misión eclesial. Jesús mismo, el
Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande Evangelizador. Lo ha sido
hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia
terrena (EN 7). Desde Jesucristo que nos
descubre el misterio de Dios, la Iglesia basa su misión en el Dios Trino: “La Iglesia peregrinante es
misionera por naturaleza, porque toma su origen de la misión del Hijo y del
Espíritu Santo, según el designio del Padre.
Por eso el impulso misionero es fruto necesario de la vida que la
Trinidad comunica a los discípulos” (DA 347). La misión entonces es la obra de
la Trinidad.
“La gran novedad que la Iglesia
anuncia al mundo es que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre, la Palabra y
la Vida, vino al mundo a hacernos “participes de su naturaleza divina” (2 Pe
1,4), a participarnos de su propia vida.
Es la vida trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la vida
eterna. En su misión se manifiesta el
inmenso amor del Padre, que quiere que seamos hijos suyos. En el anuncio del
Kerigma invita a tomar conciencia de ese amor vivificador de Dios que se nos
ofrece en Cristo, muerto y resucitado. Esto es lo primero que necesitamos
anunciar y también escuchar, porque la gracia tiene un primado absoluto en la
vida cristiana y en toda actividad evangelizadora de la Iglesia: “por gracia de
Dios soy lo que soy” (1Cor 15,10).
Aunque todo el documento de
Aparecida esta henchido de invitaciones a pensar en una Iglesia misionera,
evangelizadora, la Tercera parte privilegia esta dimensión misionera de la
Iglesia con el título: “La vida de Jesucristo para nuestros pueblos”. Y el Cap.
7 nos habla específicamente de la “Misión de los discípulos al servicio de la
vida humana” haciendo eco del lema propuesto para la Asamblea: Para que nuestros
pueblos “en Él tengan vida”.
Naturaleza misionera de la comunidad
eclesial “Evangelizar constituye, en
efecto, la dicha y vocación propia de la
Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir,
para predicar y enseñar, ser canal de la gracia, reconciliar a los pecadores
con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su
muerte y resurrección gloriosa”(EN 14).
Discipulado y Misión: dos caras de
la misma moneda (medalla). Para poder
participar de la misión de Jesucristo es necesario primero seguirlo como
discípulo y a su vez no tiene razón de ser, ser discípulo si no es para la
misión, cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de
anunciar al mundo que sólo Él nos salva (Cfr. Hch 4,12).
En efecto, el discípulo sabe que sin
Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro. Esta es la tarea esencial de la
Evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción
humana integral y la auténtica liberación cristiana” (DA 146). El Espíritu Santo, es el protagonista de la
misión. Finalmente, es necesario
recalcar el Papel “absoluto del Espíritu Santo: “las técnicas de evangelización
son buenas pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta
del Espíritu. La preparación más
refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él. Sin El la dialéctica más convincente es
impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin Él, los esquemas más elaborados
sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan desprovistas de todo valor”
(EN 75).
7.-
CONCLUSIONES. Este tema tan importante en Aparecida nos impulsa a luchar
por:
UNA IGLESIA CONSCIENTE DE SER
LLAMADA. El discipulado entraña una dinámica que empieza en la llamada de
Jesús, lo cual es don de Dios: asunto de gratuidad y de gracia de parte del
Señor y también de quien le responde desde la fe y el amor.
UNA IGLESIA A LA ESCUCHA. Hay que
priorizar la actitud de escucha, como reconocimiento de la primacía de Dios;
actitud de adoración y obediencia a su Palabra.
UNA IGLESIA KERIGMÁTICA. Es preciso
retomar la dimensión kerigmática de gozoso anuncio de Cristo. Pudiéramos ser profundamente religiosos, pero
no necesariamente estar evangelizados. La gente tiene derecho de encontrarse
con el Cristo Viviente, que pueda dar sentido a sus vidas y luchas; para ello
necesita, una Iglesia evangelizadora y misionera, que privilegie la dimensión
kerigmática y Cristocéntrica de su misión.
UNA IGLESIA SERVIDORA. Contemplar
largamente a Jesús lavando los pies a los discípulos para redescubrir el
servicio cristiano, por amor.
UNA IGLESIA SIEMPRE EN CAMINO. Como
los primeros discípulos y discípulas por los caminos de Galilea, la Iglesia de
hoy abierta a las novedades del Señor que se expresa en nuestra historia. No
está todo hecho y ni todo ya dicho. Dejarse conducir por el Espíritu para
escuchar, ver y sentir las nuevas esclavitudes, llevando la Palabra de
vida.
UNA IGLESIA PASCUAL. Son muchos los
desafíos y parecieran envolvernos, pero la certeza de que el Señor están en la
barca al momento de enviarnos a “remar mar adentro” en nuestros tiempos, es la
fuente de nuestra esperanza y de la alegría que impregna el mensaje de nuestros
obispos en Aparecida.
Vicaría
de Pastoral
Arquidiócesis
de León
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